A mediados de los 80 llegúe a la Escuela de Arquitectura. 18 años, muchas ilusiones y nervios, y la primera bofetada se llamó "Análisis de Formas". Para los que no tenemos miedo a llamar a las cosas por su nombre, diré que era dibujo artístico.
Los fustes, los capitéles doricos, jónicos y corintios, los triglifos, las metopas y las cariátides, y sus puñeteros puntos de fuga, se atascaban en mi cerebro y no llegaban a mi zurda.
Aquel catedrático, era tan catedrático, que no se podía molestar en enseñarnos. Llegó el verano, y tras el fracaso estrepitoso de mi zurda, llegó el momento de plantearse seriamente unas clases particulares.
Gracias a esta calamidad, comenzé a ir con mi querio amigo Manolo al "estudio". Un viejo piso de la Calle Cabrales, donde Jose comenzaba su carrera como pintor.
Debería ser obligatorio pasar por un sitio así durante la vida de una persona. Jose y Espe, Miguelón, Manolo y algún amigo más, pasábamos los veranos en aquel viejo piso maravilloso, donde la gente pintaba, y sobre todo se expresaba y pensaba.
Recuerdo aquella vieja bañera exenta, de acero esmaltado y patas robustas en lo que habia sido un elegante baño de familia burguesa.
Recuerdo que hablabamos de todo, de las cosas sencillas y de las profundas. De las fotos de algún viaje, de Dios o de política con total naturalidad. De arte y de pintura. De ilusiones o de proyectos. Sin censuras, sin cuestionar nada ni a nadie. A mediados de los 80 era para mi un verdadero viento fresco y me sirvió para formar mi mente adolenscente en la pluraridad. En intentar tener siempre varios puntos de vista, en respetar y en escuchar.
Realizado este apunte y volviendo a la educación de mi zurda, en un par de veranos y en otro par de inviernos de entrenamiento, fui ganando en destreza y poco a poco conquistando a griegos y romanos y a su maravillosa y puñetera arquitectura.
El caso es que los escenarios no solo comenzaban a tener proporciones sino que comencé a ambientarlos con los "monos" (son esas pequeñas figuras humanas simplificadas, que dan ambiente a la escena, pero no distraen en los detalles), que iban teniendo su gracia, y no se exactamente en que punto, comenzé a disfrutar realizando con relativa gracia monos, ovejas y caracoles.
Ya se que esto debería de ser objeto de un psicoanalisis o algo así. Ya se que no tiene lógica. Freud le encontraría alguna relación sexual, seguro, pero a mi, despues de los años, despues de pasar la asignatura, y de haber realizado durante más de tres años todos los escenarios posibles del mundo clásico, renacentista, gótico o barroco, lo que me quedó para siempre es mi afición a dibujar monos, ovejas y caracoles.
Ya se que parece una versión "kutre" del principito, pero con el tiempo, he descubierto cual era el objeto de esta vocación. Mis hijos disfrutan pidiendome que dibuje monos, ovejas y caracoles, y yo me siento como un renombrado artista ante un plúblico tan entregado. Apenas dos trazos y mágicamente aparecen esas figuritas tan simpáticas.
A veces nos divertimos dibujando caracoles a toda velocidad, caracoles frenando, monos leyendo el periódico, monos esperando el autobus y ovejas debajo de un arbol, ovejas mirando y todas las variedades de cosas absurdas que pueden hacer los monos, las ovejas y los caracoles y yo recuerdo los fustes, los capiteles, el querido estudio de Gijón y me rio un poco de aquel infame catedrático del que ni el nombre me he esforzado en retener.