viernes, 30 de septiembre de 2011

Taquillas de piscina

Estoy intentando recuperar mi hábito perdido de acudir un par de veces por semana a la piscina municipal.

La piscina de mi pueblo, no tiene grandes pretensiones. Es práctica, sin alardes técnicos, ni grandes elementos arquitectónicos que la hagan merecedora de aparecer en ninguna publicación de esas de arquitectura. Por eso me gusta.

Está situada a media ladera y desde el amplio ventanal que tiene al Sur-Este, madrugando un poco, se puede ver, sobre la lámina de agua, amanecer sobre la Ria de Arosa, enmarcado sobre el "skyline" de los tejaditos de las casas de marineros. Sencillamente perfecto.

A partír de ahí, vienen los peros. Yo soy de los que practico un poco de "liturgia" para esto de hacer deporte. Los que me conocen sabrán sobradamente que no estoy clasificado para las olimpiadas de Londres y que por tanto puedo permitirme ir a mi ritmo.

En el vestuario masculino (si, los vestuarisos son completamente sexistas) dos de las paredes están ocupadas con bancos y la tercera con una larga batería de taquillas en planta baja y primera.

Y en esto de las taquillas es donde surje el problema. Yo busco una de la planta alta, que me quede cómoda para ir doblando la ropa y que todo quede perfectamente ordenado no solo para ir, sino para volver, de tal manera que encuentre lo que necesito sin ponerlo todo pingando. Esta es mi liturgia personal. Pantalón, ropa interior y la camisa debidamente colgada en esas perchas tan monas que te ponen.

En este hábito suelo coincidir con un señor mayor que es habitual en mi horario y que me saluda siempre con la cortesía propia del momento.

Junto con nosotros dos, son habituales dos muchachos de ventipocos, que llegan dispuestos a batir todas las marcas. Llegan en chandal, buscan una taquilla de planta baja que facilite el lanzamiento y "zass". Playeros lanzados, en una bajada de pantalones imposible sale de una vez calzoncillo, pantalón y calcetines de manera vertiginosa. Chaqueta y camiseta de otra tacada. Una bola perfecta y cierran rápidamente la puerta ante un posible alud del conjunto chandal-camiseta-playeros-calzoncillos-bolsa de deporte que han formado.

En una fracción de segundos están en bolas y comienzan a hacer flexiones para encontrar ese pequeño detalle con el que no contaban. El bañador está al fondo de la taquilla, dentro de la bolsa, junto con el gorro y las chancletas y tienen una enorme bola textil que amenaza con fagocitarlo todo.

Ese hecho comienza a inquietarme. Los muchachos comienzan a realizar flexiones y dos culos peludos sin cuerpo, apoyados sobre sus piernas, comienzan el baile de una danza singular.

¿Alguien puede pensar que con esos dos "alienígenas" uno puede completar su liturgia?. Y además, y sobre todo si es comienzo de semana, esos dos culos patizambos con los güevos (si, quise decir güevos) colgados y sin cuerpo hablan a la altura de los tobillos de sus exitos de fin de semana, con resaca incluida. Confío en que no sería en esa postura en la que conquistaron a la última princesa de boca de fresa que se cruzó en su botellón de fin de semana.

Realizada esta reflexión, quiero dejar claro mi corolario: POR FAVOR, vuelvan a realizar taquillas de esas tan retro y antiguas, que se apoyaban sobre el banco. Uno tenía su trozo de banco delante de su taquilla y listo. Así de sencillo se conseguía un vestuario digno. Ahora no, por una absurda moda de diseño las taquillas tienen que formar una especie de "collage" de colorines de suelo a techo, que obliga a agacharse para buscar o rebuscar en esas taquillas de planta baja, que hacen perder la dignidad al cuerpo humano. Hagamos las cosas de pie y erguidos, que para eso nos ha costado millones de años de evolución y por algo la llaman evolución.

Mi querido anónimo jubilado y yo, necesitamos nuestros tiempos de preparación y completar nuestra liturgia particular en calma. Nos inquieta acercarnos con nuestra camisa limpia a la puerta de la taquilla, mientras unas nalgas bailarinas que hablan a la altura de los tobillos se mueven inquietas a tan poca distancia.

Somos capaces de soportar unas aburridas taquillas alineadas sobre sus sosos bancos, con tal de poder mirar a todo el mundo a la altura de los ojos (de los ojos de la cabeza a ser posible).

martes, 6 de septiembre de 2011

Con "G" de Zarigüeya, por favor

Una noche de fin de verano en que debido a un exceso "siestero" no conseguía conciliar el sueño, me encontré ante el televisor, en fase somnolienta con un programa de estos con nocturnidad y alevosía, donde una azafata de generosos "melones" anima al espectador a llamar a un número de teléfono para ofrecerle un suculento premio a cambio de acertar una "inocente" pregunta.

La pregunta base del suculento premio era la siguiente: Un animal que contenga la "g"

Comienzan las llamadas mientras me invade el sueño. Gato, gallina, gallo, son las primeras llamadas. Nadie acierta. A mi no me importa porque mi único objetivo es quedarme dormido. Sigue el concurso y comienza a elevarse el nivel. Gorila, Orangutan, Pinguino, Lenguado. La sonrriente azafata anima a los concursantes con indicaciones del tipo "has estado muy certa", "Huyyy, casi, casi", y demás idioteces. Ya casi lo estoy consiguiendo, y el sueño me apodera.

De pronto, las dos siguientes llamadas me desvelan. Jirafa y abeja dicen los dos siguientes concursantes, a lo que la azafata, con su sonrisa pluscuanperfecta sigue indicando: "vas muy bien, pero no" y "has estado muy cerca ..". ¿con abeja has estado muy cerca?. Ahora si que ya me he desvelado del todo. A tomar por el saco todo mi esfuerzo por caer en las manos de Morfeo.

Ahora no me queda más remedio que seguir con atención la sarta de estupicedes que tengo frente a la pantalla. Espero a que alguien diga "elefante", "pantera" o "leopardo" para que la sonriente azafata me indique sin pestañear la "g" que ocultan y de la que yo no me he percatado.

Continúa la mecánica con gacela, ganso y un avispado concursante introduce un emotivo "jabalí". No pasa nada. La estupendísima azafata lo sigue animando ante lo cerca que ha estado del objetivo final de arreglar económicamente lo que le queda de año.

Para terminar, alguien sube el nivel general. Descuelga el teléfono, y del otro lado de la línea, se escucha "zarigüeya". Se hacen dos o tres segundos de silencio, y la monísima de la muerte azafata dice, tras escuchar atentamente las instrucciones de su "pinganillo": "Creo que no has entendido bién la pregunta. Se trata de adivinar un animal, un ser vivo."

Ya no pude más. Mi objetivo era conseguir un plácido sueño arropado por una estupidez televisiva y lo único que había conseguido era desvelarme ya por completo.

Pagaría, con "g" de "zarigüeya", antes que con la "g" de "jabalí", por saber que tipo de animál, o ser vivo, se esconde detras del "pinganillo" que anima los labios de la pluscuamperfecta azafata televisiva.

No quiero saber más sobre gacelas o gamos, ni sobre humildes gaviotas o grillos. Nunca sabré la respuesta correcta al acertijo millonario, pero me da miedo pensar, que esta se pudiera esconder detras de una jirafa, un jaguar o una sabrosa jibia en su tinta y que la sonriente azafata, sin pestañear lo anunciase a bombo y platillo tras haber escuchado atentamente a su pinganillo.