Estoy intentando recuperar mi hábito perdido de acudir un par de veces por semana a la piscina municipal.
La piscina de mi pueblo, no tiene grandes pretensiones. Es práctica, sin alardes técnicos, ni grandes elementos arquitectónicos que la hagan merecedora de aparecer en ninguna publicación de esas de arquitectura. Por eso me gusta.
Está situada a media ladera y desde el amplio ventanal que tiene al Sur-Este, madrugando un poco, se puede ver, sobre la lámina de agua, amanecer sobre la Ria de Arosa, enmarcado sobre el "skyline" de los tejaditos de las casas de marineros. Sencillamente perfecto.
A partír de ahí, vienen los peros. Yo soy de los que practico un poco de "liturgia" para esto de hacer deporte. Los que me conocen sabrán sobradamente que no estoy clasificado para las olimpiadas de Londres y que por tanto puedo permitirme ir a mi ritmo.
En el vestuario masculino (si, los vestuarisos son completamente sexistas) dos de las paredes están ocupadas con bancos y la tercera con una larga batería de taquillas en planta baja y primera.
Y en esto de las taquillas es donde surje el problema. Yo busco una de la planta alta, que me quede cómoda para ir doblando la ropa y que todo quede perfectamente ordenado no solo para ir, sino para volver, de tal manera que encuentre lo que necesito sin ponerlo todo pingando. Esta es mi liturgia personal. Pantalón, ropa interior y la camisa debidamente colgada en esas perchas tan monas que te ponen.
En este hábito suelo coincidir con un señor mayor que es habitual en mi horario y que me saluda siempre con la cortesía propia del momento.
Junto con nosotros dos, son habituales dos muchachos de ventipocos, que llegan dispuestos a batir todas las marcas. Llegan en chandal, buscan una taquilla de planta baja que facilite el lanzamiento y "zass". Playeros lanzados, en una bajada de pantalones imposible sale de una vez calzoncillo, pantalón y calcetines de manera vertiginosa. Chaqueta y camiseta de otra tacada. Una bola perfecta y cierran rápidamente la puerta ante un posible alud del conjunto chandal-camiseta-playeros-calzoncillos-bolsa de deporte que han formado.
En una fracción de segundos están en bolas y comienzan a hacer flexiones para encontrar ese pequeño detalle con el que no contaban. El bañador está al fondo de la taquilla, dentro de la bolsa, junto con el gorro y las chancletas y tienen una enorme bola textil que amenaza con fagocitarlo todo.
Ese hecho comienza a inquietarme. Los muchachos comienzan a realizar flexiones y dos culos peludos sin cuerpo, apoyados sobre sus piernas, comienzan el baile de una danza singular.
¿Alguien puede pensar que con esos dos "alienígenas" uno puede completar su liturgia?. Y además, y sobre todo si es comienzo de semana, esos dos culos patizambos con los güevos (si, quise decir güevos) colgados y sin cuerpo hablan a la altura de los tobillos de sus exitos de fin de semana, con resaca incluida. Confío en que no sería en esa postura en la que conquistaron a la última princesa de boca de fresa que se cruzó en su botellón de fin de semana.
Realizada esta reflexión, quiero dejar claro mi corolario: POR FAVOR, vuelvan a realizar taquillas de esas tan retro y antiguas, que se apoyaban sobre el banco. Uno tenía su trozo de banco delante de su taquilla y listo. Así de sencillo se conseguía un vestuario digno. Ahora no, por una absurda moda de diseño las taquillas tienen que formar una especie de "collage" de colorines de suelo a techo, que obliga a agacharse para buscar o rebuscar en esas taquillas de planta baja, que hacen perder la dignidad al cuerpo humano. Hagamos las cosas de pie y erguidos, que para eso nos ha costado millones de años de evolución y por algo la llaman evolución.
Somos capaces de soportar unas aburridas taquillas alineadas sobre sus sosos bancos, con tal de poder mirar a todo el mundo a la altura de los ojos (de los ojos de la cabeza a ser posible).
1 comentario:
En momentos como esos, cuando iba con Alba y Antía (menores de 8 años por lo que pueden, pobrecillas, ser cambiadas en los vestuarios de chicos) este agosto pasado a la piscina de Elviña (recuerdas Jose, donde nuestra bisoñez sirenil provocó un choque de trenes a media calle, allá por los años felices de escuela?), como deseaba ser Richard. Mi Antía, más madura ella, con su mirada inocente, tras ponerse el bañador y mientras esperaba que yo cambiase a Alba (más niña y entretenida en hablar y hablar... lo suyo), como digo, Antía dedicaba sus ojitos a escudriñar tanto cuerpo masculino, imperfecto, impúdico, peludo y feo, que luchaban las más de las veces por meter aquellas grasas en aquellos ridículos meyba, alguno con pinta de cazasuecas de los 70. Estoy contigo Jose, a algún "arquitecto" de interiores o no sé como calificarlo, habría que hacerle pasar por sus proyectos...
Como envidio a Richard...ese chico de 1,95 que llegaba y mientras se cambiaba iba saludando a todo el mundo, feliz él de no reparar en los cuerpos que desestabilizaban la armonía interior de mi niña. Richard, un tipo cordial, que sin conocerte se te acercaba a la espera del verde del semáforo y te decía: "es esta la ronda de outeiro con avenida de finisterre? es que el semáforo tiene la misma musiquilla que el de mi barrio, pero creo que aún no he llegado...me he pasado con las copas y voy un poco ciego". Un tipo genial... él y su bastón blanco de punta de bola, extensible, que solo le abandonaba camino del vaso de la piscina...
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